El World Press Photo es una de las primeras referencias fotográficas que recuerdo haber tenido, antes incluso de que la fotografía me atrapara. Sin embargo, a medida que fui ganando en conocimiento y en criterio, estos premios empezaron a levantar en mi ciertas sospechas.
Nunca he entendido el afán por resumir en una sola imagen un premio fotoperiodístico, cuando por definición el trabajo de un fotoperiodistas es contar historias que, en la mayoría de los casos no se pueden resumir en una sola imagen.
Este primer premio, síntesis simbólica de todo un año de fotoperiodismo, lleva implícito el estigma de la parcialidad por el mero hecho de ser un concurso. Tampoco reconozco como un valor una selección hecha a partir de trabajos publicados en medios, por la injusta criba que el poder económico de los anunciantes imponen en los medios en todo el mundo, en detrimento de trabajos de altísima calidad pero "inapropiados" para aparecer junto a ciertos productos de lujo en las páginas de una publicación.
Hace un par de de años este célebre concurso colmó mi paciencia de espectador cuando fue elegida como primer premio la fotografía de Anthony Suau, una imagen, a mi entender de escasa calidad y que, en su ambigüedad, no representaba ni resumía el contexto en que fue tomada.
Este año, la imagen ganadora fue un nuevo shock. Pietro Masturzo se llevó el prestigioso premio con una imagen incomprensible para mi, en las azoteas de Teherán las mujeres protestan por los resultados de las elecciones presidenciales de junio de 2009.
Mi primera reacción ante esta imagen fue de enfado absoluto, era una imagen preciosa con una composición y una luz casi mágica, pero totalmente alejada de lo que yo entiendo que debe ser una imagen fotoperiodística. Sin embargo